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23 mar 2018

Colisión

En el mundo hay millones de personas,
 y cada persona es un mundo.
 
Todos esos mundos fluctúan, se rozan y chocan. A veces se evitan, algunos nunca se llegaran a acercar lo suficiente para interactuar. Otros están separados por miles de kilómetros y sin embargo parecen conectados por puntos inimaginables.
 
Todos esos mundos se afectan sin saberlo, crecen y disminuyen abarcando diferentes espacios.
 
Pero la mayor de las suertes es poder llegar a ver, por lo menos una vez en la vida, la colisión de dos mundos.
 
Dos mundos, parecidos o totalmente diferentes, que por algún giro fortuito en su trayectoria se acercan peligrosamente. Se atraen con tal fuerza que pierden el control de la velocidad y finalmente, rindiéndose a su sino, se funden.
Y por un pequeño momento que parece eterno, todo está bien, tranquilo, ese único mundo no vibra ni causa el menor impacto en nada. Quietud.
 
Si tienes la fortuna de presenciarlo o de ser uno de los dos, te enfrentarás a dos posibles finales:
Ese gran mundo combinado se estabiliza y se mueve a un ritmo pausado que durará lo que los dos mundos aguanten tranquilos.
O tras una lucha interna se retuercen, intentado encajar convulsionan, se alimentan el uno del otro y cuando ya no queda nada más que energía provocada por la fricción, implosionan.
 
Se destruyen.
 
Los restos que queden de los dos buscaran un hueco entre los otros mundos ajenos a la colisión. Con tiempo recuperarán fuerza, por desgracia no con la misma intensidad que antes.
 
Porque una colisión de mundos siempre deja huella, porque antes que mundos somos personas.
 
Porque el mundo está lleno de personas pero desgraciadamente no de colisiones.
 
LAURA G.S
 

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